Se quejaba del frío, le dolían las piernas, comenzaba
a marearse...
Es el duro invierno que ya está aquí.
Tiene miedo, le cuesta respirar. Su mirada se pierde
entre la niebla.
Nunca había sentido esa sensación de tanta angustia, de esperar
con tanto anhelo a que llegue, hasta le asfixiaba.
Da vueltas por la ciudad de Madrid.
Son las doce de un martes por la noche. Las aceras están mojadas,
llueve.
Se oyen voces por todas partes en la ciudad que nunca duerme.
Ha llegado a Sol. Está apoyada en un portal que hace
esquina con la calle Arenal. Espera la llegada de alguien.
Ella, con el pelo negro azabache, mojado y rizado, el rímel
corrido. Ha estado llorando.
Mira a su alrededor. En una noche como esta, de un martes a
las doce, se pregunta que hace aquí.
Agarra su muñeca y echa la vista al reloj: "Ya son y
media, no va a venir"
Comienza de nuevo a llorar. Está lloviendo otra vez.
Se le nubla la vista de nuevo. No puede evitar agacharse del
dolor tan intenso que no le deja respirar.
No se ha movido del portal, solo ha cambiado su posición,
ahora está de cuclillas.
Tiene las manos en el abdomen. Le falta el aire.
De repente, entre la nieblilla blanca que cubre sus ojos empapados
en lágrimas, divisa una sombra a lo lejos. Intenta ponerse de pie agarrándose
al buzón de publicidad del portal. La sombra cada vez es más grande. Ya está
cerca. Es un hombre, alto y moreno. Lleva un gorro y un paraguas, ambos de
color negro.
Se acerca a ella y le toma la mano.
-Hola, ya estoy aquí. ¿Llevabas mucho tiempo esperando?
- No demasiado, si demasiado no cuenta como toda una vida.
Él saca un manojo de llaves de su bolsillo. Abre el portal. Ambos
comienzan a subir por las escaleras. Se nota la humedad, ella no para de
temblar, calada y con frío. Llegan al rellano de la segunda planta. Se miran
frente a la puerta del 2ºb.
- ¿Me habrías llamado si no me hubiese presentado?
-Las cosas no siempre salen como queremos. Quien me iba a decir a
mí que te conocería en aquellas circunstancias, que con solo mirarte, sin
conocerte, se revolvería todo mi ser. Que sabía que te había encontrado, que
eras tú. Con tu mirada profunda observando a toda la gente que había en la
fiesta. Un 19 de diciembre, un sábado cualquiera…
Ella se acerca y le quita el gorro. Esta empapado por la lluvia.
- Aún no comprendo por qué lo hiciste. Lo que podíamos haber sido.
¿Crees que no me acuerdo de ese día? Desde el momento que entraste por la
puerta del piso y te miré. Yo también lo sabía. Te buscaba, pero no te
encontraba. Sigo recordando la manera en la que te presentaste, te acercaste a
mí en aquella cocina llena de alcohol y pisadas, y me dijiste “Hola, no nos han
presentado”. Con esos ojos verdes intensos que no había sido capaz de captar
antes, ahí estaban, mirándome bajo la luz de aquella mugrienta bombilla. Y ahí
empezó todo, no sabía si me escribirías, pero lo hiciste.
Él baja la mirada y abre la puerta. Entran en el piso. Se quitan
los abrigos. Están empapados y se dirigen al sofá, cada uno en un extremo.
Huele a café.
- ¿Lo hueles verdad?
- Sí, café.
- Y seguirá oliendo así todo lo que me quede de vida. Lo siento y
no me cansaré de pedirte perdón. Soy consciente de que te he perdido, pero
déjame explicarme.
Nunca esperé encontrarte porque tampoco te buscaba. Es una sensación
que no sabría explicar. Un estado en blanco que nubla tus sentidos, que te
ciega por completo.
Dicen que todas las personas estamos conectadas, que hay una
leyenda que afirma que cada persona está ligada a otra, a su alma gemela por un
hilo transparente. Mucha gente nunca llega a encontrarse con su otro yo, y sí
lo encuentras, lo sabes desde el primer momento que se juntan las miradas, sin
hablar, sin decir una palabra, siendo perfectamente inexplicable.
Soy consciente de mi error. Me acosté con aquella chica por
intentar comprender que quiero en mi vida. Fue un impulso, un impulso al vacío
de eterna estupidez. El miedo nos hace hacer cosas de cobardes, por eso se
llama miedo. Y me arrepentiré todos los días de mi vida.
Soy un cobarde, no merezco tus lágrimas y mucho menos que estés
aquí. Cuanta gente desea encontrar a un compañero de vida. Sabes que nunca
hablo de complementos porque cada uno nace completo. Hablo de aquella persona
que es capaz de sacar lo mejor de uno mismo, de sentirse invencibles juntos, de
superar cualquier obstáculo y celebrar todas las alegrías. Tú, eras y eres esa
persona. Mi persona.
Ella se toca el pelo y aclara la voz mientras suspira.
- En estado en blanco es como me dejaste tú a mí. Ya no me duele.
Después de un año creo que he comprendido que no nos pertenecemos. Nunca nos
pertenecimos. Sé que lo que he vivido contigo, que lo que he sentido, nunca lo
volveré a sentir. Por eso estoy hoy aquí. Porque sé que no has podido
continuar. La felicidad más grande que has sentido sé que fue conmigo.
Curiosamente tengo que decirte que siempre ha habido una conexión
muy fuerte entre tu círculo y el mío. Supongo que esa ha sido una de las
razones por las que no he podido olvidarte, y se acentúo desde que dejamos de
vernos.
Conozco a mucha gente, por mi trabajo. Ya lo sabes. Y cada persona
que he conocido durante este año que he estado sin ti, tenían una conexión de
manera directa o indirecta contigo.
¿Te acuerdas de las
conexiones de la gente que te contaba? Cada vez lo vi más claro, y sí, termine
mi libro gracias a ello.
Él se acerca a ella lentamente en el sofá. Le coge la mano.
- Sabía que lo lograrías. Siempre he creído en ti. No he conocido
a nadie igual, tan madura y astuta, a pesar de tus veintiún añitos. Tan líder y
emprendedora.
Siempre has sido magia ¿sabes? Podías motivar a cualquiera con
solo una palabra y eso es algo que me fascinaba. Contigo comprendí que lo más
sexy y atractivo de una persona no era su físico, a pesar de que a ti también
te acompañaba. Es tu mente. Tú inteligencia. Nunca deje de aprender contigo.
Quería que me ganaras, que pudieras conmigo.
Cuando me acosté con aquella chica, pensé que si lo había hecho,
era porque realmente no sentía lo que creía. Hoy te digo lo equivocado que
estaba, lo mucho que me acuerdo de ti.
Ella le mira, no sabe muy bien que decir. Él apoya su nariz contra
la de ella.
- Todas los días soñando con este momento y ahora…ahora no sé qué
hacer.
La besa.
- ¿Te acuerdas de la primera frase que te dije cuando hablamos?
- Sí.
- Dilo
- ¿Saltarías conmigo en paracaídas?
- No supiste contestar, solo me dijiste lo loco que estaba al
decirle eso a una desconocida. Nunca te dije por qué te hice esa pregunta. Hoy
quiero que lo sepas.
Te la hice porque sabía que tus ojos me hablarían, y no me
equivoqué.
Ahí comprendí que lo más loco del mundo no era si saltaba contigo
en paracaídas. Lo más loco era saber que eras para mí, que te quería en mi
vida. Saltaría contigo aun sabiendo el abismo que puede haber bajo nuestros
pies.
Sigo sin ver cuando te miro, sigo quedándome en blanco cuando te
escucho. A tú lado comencé a decir las palabras que nunca encontré en otras.
- Siempre tan inexplicable. Como todo lo que nos hace felices. No
es lo que pase. No es lo que haya sucedido. Es como lo hayamos vivido.
Si quieres me precipito contigo a todos esos saltos que no pudimos
dar. No nos caímos si hoy estamos aquí. Simplemente volamos en direcciones
contrarias para volvernos a encontrar.
Se abrazan. Se han reunido de nuevo.
Ya no llueve en las calles de Madrid.
La persiana entre abierta deja ver un pedazo de luna.
Allí, jurándose amor eterno, en aquel piso 2ºb de sol, esquina con
Arenal.
S.
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