sábado, 21 de mayo de 2016

Estado en Blanco


Se quejaba del frío, le dolían las piernas, comenzaba a marearse...
Es el duro invierno que ya está aquí.
Tiene miedo, le cuesta respirar. Su mirada se pierde entre la niebla.
Nunca había sentido esa sensación de tanta angustia, de esperar con tanto anhelo a que llegue, hasta le asfixiaba.
Da vueltas por la ciudad de Madrid.
Son las doce de un martes por la noche. Las aceras están mojadas, llueve.
Se oyen voces por todas partes en la ciudad que nunca duerme.
Ha llegado a Sol. Está apoyada en un portal que hace esquina con la calle Arenal. Espera la llegada de alguien.
Ella, con el pelo negro azabache, mojado y rizado, el rímel corrido. Ha estado llorando.
Mira a su alrededor. En una noche como esta, de un martes a las doce, se pregunta que hace aquí.
Agarra su muñeca y echa la vista al reloj: "Ya son y media, no va a venir"
Comienza de nuevo a llorar. Está lloviendo otra vez.
Se le nubla la vista de nuevo. No puede evitar agacharse del dolor tan intenso que no le deja respirar.
No se ha movido del portal, solo ha cambiado su posición, ahora está de cuclillas.
Tiene las manos en el abdomen. Le falta el aire.
De repente, entre la nieblilla blanca que cubre sus ojos empapados en lágrimas, divisa una sombra a lo lejos. Intenta ponerse de pie agarrándose al buzón de publicidad del portal. La sombra cada vez es más grande. Ya está cerca. Es un hombre, alto y moreno. Lleva un gorro y un paraguas, ambos de color negro.
Se acerca a ella y le toma la mano.

-Hola, ya estoy aquí. ¿Llevabas mucho tiempo esperando?

- No demasiado, si demasiado no cuenta como toda una vida.

Él saca un manojo de llaves de su bolsillo. Abre el portal. Ambos comienzan a subir por las escaleras. Se nota la humedad, ella no para de temblar, calada y con frío. Llegan al rellano de la segunda planta. Se miran frente a la puerta del 2ºb.


- ¿Me habrías llamado si no me hubiese presentado?

-Las cosas no siempre salen como queremos. Quien me iba a decir a mí que te conocería en aquellas circunstancias, que con solo mirarte, sin conocerte, se revolvería todo mi ser. Que sabía que te había encontrado, que eras tú. Con tu mirada profunda observando a toda la gente que había en la fiesta. Un 19 de diciembre, un sábado cualquiera…
Ella se acerca y le quita el gorro. Esta empapado por la lluvia.

- Aún no comprendo por qué lo hiciste. Lo que podíamos haber sido. ¿Crees que no me acuerdo de ese día? Desde el momento que entraste por la puerta del piso y te miré. Yo también lo sabía. Te buscaba, pero no te encontraba. Sigo recordando la manera en la que te presentaste, te acercaste a mí en aquella cocina llena de alcohol y pisadas, y me dijiste “Hola, no nos han presentado”. Con esos ojos verdes intensos que no había sido capaz de captar antes, ahí estaban, mirándome bajo la luz de aquella mugrienta bombilla. Y ahí empezó todo, no sabía si me escribirías, pero lo hiciste.

Él baja la mirada y abre la puerta. Entran en el piso. Se quitan los abrigos. Están empapados y se dirigen al sofá, cada uno en un extremo. Huele a café.

- ¿Lo hueles verdad?

- Sí, café.

- Y seguirá oliendo así todo lo que me quede de vida. Lo siento y no me cansaré de pedirte perdón. Soy consciente de que te he perdido, pero déjame explicarme.
Nunca esperé encontrarte porque tampoco te buscaba. Es una sensación que no sabría explicar. Un estado en blanco que nubla tus sentidos, que te ciega por completo.
Dicen que todas las personas estamos conectadas, que hay una leyenda que afirma que cada persona está ligada a otra, a su alma gemela por un hilo transparente. Mucha gente nunca llega a encontrarse con su otro yo, y sí lo encuentras, lo sabes desde el primer momento que se juntan las miradas, sin hablar, sin decir una palabra, siendo perfectamente inexplicable.
Soy consciente de mi error. Me acosté con aquella chica por intentar comprender que quiero en mi vida. Fue un impulso, un impulso al vacío de eterna estupidez. El miedo nos hace hacer cosas de cobardes, por eso se llama miedo. Y me arrepentiré todos los días de mi vida.
Soy un cobarde, no merezco tus lágrimas y mucho menos que estés aquí. Cuanta gente desea encontrar a un compañero de vida. Sabes que nunca hablo de complementos porque cada uno nace completo. Hablo de aquella persona que es capaz de sacar lo mejor de uno mismo, de sentirse invencibles juntos, de superar cualquier obstáculo y celebrar todas las alegrías. Tú, eras y eres esa persona. Mi persona.

Ella se toca el pelo y aclara la voz mientras suspira.

- En estado en blanco es como me dejaste tú a mí. Ya no me duele. Después de un año creo que he comprendido que no nos pertenecemos. Nunca nos pertenecimos. Sé que lo que he vivido contigo, que lo que he sentido, nunca lo volveré a sentir. Por eso estoy hoy aquí. Porque sé que no has podido continuar. La felicidad más grande que has sentido sé que fue conmigo.
Curiosamente tengo que decirte que siempre ha habido una conexión muy fuerte entre tu círculo y el mío. Supongo que esa ha sido una de las razones por las que no he podido olvidarte, y se acentúo desde que dejamos de vernos.
Conozco a mucha gente, por mi trabajo. Ya lo sabes. Y cada persona que he conocido durante este año que he estado sin ti, tenían una conexión de manera directa o indirecta contigo.
 ¿Te acuerdas de las conexiones de la gente que te contaba? Cada vez lo vi más claro, y sí, termine mi libro gracias a ello.

Él se acerca a ella lentamente en el sofá. Le coge la mano.

- Sabía que lo lograrías. Siempre he creído en ti. No he conocido a nadie igual, tan madura y astuta, a pesar de tus veintiún añitos. Tan líder y emprendedora.
Siempre has sido magia ¿sabes? Podías motivar a cualquiera con solo una palabra y eso es algo que me fascinaba. Contigo comprendí que lo más sexy y atractivo de una persona no era su físico, a pesar de que a ti también te acompañaba. Es tu mente. Tú inteligencia. Nunca deje de aprender contigo. Quería que me ganaras, que pudieras conmigo.
Cuando me acosté con aquella chica, pensé que si lo había hecho, era porque realmente no sentía lo que creía. Hoy te digo lo equivocado que estaba, lo mucho que me acuerdo de ti.

 Ella le mira, no sabe muy bien que decir. Él apoya su nariz contra la de ella.

- Todas los días soñando con este momento y ahora…ahora no sé qué hacer.

La besa.  

- ¿Te acuerdas de la primera frase que te dije cuando hablamos?

- Sí.

- Dilo

- ¿Saltarías conmigo en paracaídas?

- No supiste contestar, solo me dijiste lo loco que estaba al decirle eso a una desconocida. Nunca te dije por qué te hice esa pregunta. Hoy quiero que lo sepas.
Te la hice porque sabía que tus ojos me hablarían, y no me equivoqué.
Ahí comprendí que lo más loco del mundo no era si saltaba contigo en paracaídas. Lo más loco era saber que eras para mí, que te quería en mi vida. Saltaría contigo aun sabiendo el abismo que puede haber bajo nuestros pies.
Sigo sin ver cuando te miro, sigo quedándome en blanco cuando te escucho. A tú lado comencé a decir las palabras que nunca encontré en otras.

- Siempre tan inexplicable. Como todo lo que nos hace felices. No es lo que pase. No es lo que haya sucedido. Es como lo hayamos vivido.
Si quieres me precipito contigo a todos esos saltos que no pudimos dar. No nos caímos si hoy estamos aquí. Simplemente volamos en direcciones contrarias para volvernos a encontrar.


Se abrazan. Se han reunido de nuevo.
Ya no llueve en las calles de Madrid.
La persiana entre abierta deja ver un pedazo de luna.
Allí, jurándose amor eterno, en aquel piso 2ºb de sol, esquina con Arenal.




                                                                                 S. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario